San Wenceslao, duque de Bohemia, tuvo una existencia breve y agitada. Murió mártir a los 30 años y sufrió las consecuencias que suelen acarrear las distintas creencias de sus padres. Era hijo de los príncipes Wratislao y Dragomira. Su padre, buen cristiano y amante de la paz, murió pronto. Su madre era cruel, vengativa, y fanática pagana. Tuvo un hermano, Boleslao.
Los dos hermanos recibieron distinta educación. A Boleslao le tocó recibir las perversas lecciones de su madre. Wenceslao vivió con su abuela, Santa Ludmila, seguramente bautizada por San Metodio. Con mano dulce y fuerte supo forjar el alma de su nieto. Lo hizo bautizar y sembró en su alma la semilla del Evangelio, que dio fruto abundante de santidad.
Pronto llegó la hora de las intrigas. Llegado Wenceslao a la mayoría de edad, Dragomira no quería cederle el poder, para pasarlo luego a Boleslao, más dócil a sus caprichos. Pero el pueblo reconocía al primogénito Wenceslao; y Dragomira tuvo que retirarse. Pero no quería hacerlo sin víctimas. Su alma envenenada consiguió eliminar a su suegra: unos forajidos la ahogaron con su propio velo y hacen de ella una mártir.
Más difícil le será eliminar a su propio hijo, pues le apoya gran parte del pueblo. Pero no dejará de intentarlo esta desnaturalizada madre de corazón de hiena, hasta conseguir quitarle la vida.
Se pone de acuerdo con Radislao para que invadiera Bohemia. Wenceslao le sale al encuentro y concierta con él un combate personal, para evitar derramamientos de sangre. Cuenta la tradición que al emprender el combate, Radislao vio dos ángeles que protegían a Wenceslao, por lo que cayó a sus pies y le pidió perdón. Lo mismo se dice que sucedió cuando se presentó en la dieta de Worms ante Otón I. Wenceslao y Radislao firmaron la paz y Bohemia vivió días de concordia y prosperidad.
Su reinado fue cortó, pero fecundo en obras sociales y de reconciliación nacional. Suprimió los tormentos, destruyó los patíbulos y transformó las cárceles en hospitales. Favoreció las artes y las ciencias, dictó normas de moralidad, construyó hermosos templos, como la catedral de San Vito de Praga. Visitaba descalzo en noches frías y de nieve las iglesias para visitar al Santísimo. Sentía una gran devoción a la Virgen María, a la que había consagrado para siempre su castidad.
Según un biógrafo, fue veraz en sus palabras, fiel en sus promesas, sumamente piadoso. Observaba sin desmayo las virtudes de la humanidad, de la paciencia, de la caridad. Oía Misa diariamente, y él mismo, con trigo de su cosecha y uvas de su viña preparaba el vino y las hostias. Hubiera deseado ser sacerdote, de no haber tenido que ser rey.
Pero la ambición y maldad de su madre y hermano no se daban descanso. Boleslao le invitó a pasar con él unos días. Wenceslao aceptó. Y al acercarse a la iglesia, fue cosido a puñaladas por su hermano y sus cómplices. Era el 28 de septiembre del año 938, a sus 30 años de edad.
Fue uno de los crímenes más horrendos de la historia. Pero Bohemia no olvidó nunca a su hijo preclaro. Wenceslao la había cristianizado y conseguido para ella un merecido prestigio. Bohemia, agradecida, le honró como a Santo, Héroe nacional, Padre de la Patria y su celestial Patrono ante Dios. Le erigió también el más bello monumento en la plaza mejor de Praga. Sus restos reposan en la hermosa catedral de Praga que él mismo hizo erigir en honor de San Vito. Aún emociona visitarlos hoy.
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